Reportajes y Notas: UN VIAJE EN MICRO CON “CACHITO” VIGIL, LAS ALEGRÍAS, PENAS Y SUEÑOS DE UN APASIONADO

El técnico que lidera a las “Diablas” desde 2016 se sincera en un recorrido interior que lo llevó hasta las lágrimas. Un paseo en el que rememora su infancia en dictadura, su filosofía, la conexión con las mujeres y su proceso transformador en el país. “Estoy comprometido con Chile”, dice.

Mediados de 1978 y Argentina es gobernada por el militar Jorge Rafael Videla. En un costado de la cancha principal de hockey del club Ciudad de Buenos Aires, un pequeño jugador de 13 años vibra con el entrenamiento del equipo adulto. Hiperquinético, pasional, soñaba con ser parte de la práctica. Por ende, hacía de pasapelotas afuera del campo, con la idea de que algún día lo invitaran a jugar.

“Che, a este chiquitito le tenemos que poner un nombre. Se llama Sergio, pero es chiquitito. Le pondremos Cachito”, dijo “Vico”, uno de los hockistas adultos.

Ese novel entusiasta era Sergio Vigil (52), el entrenador más exitoso en la historia del hockey césped trasandino. En cuatro años de ensueño lo ganó casi todo: Oro panamericano en Winnipeg 99, plata en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y triunfos históricos en el Champions Trophy 2001 y en el Mundial de Australia 2002. Hoy, 2018, en un bus del Transantiago, habla de todos los aspectos de su vida.

La vida es bella

Vigil nació en Palermo y vivió en un par de ciudades antes de afincarse en el barrio de Núñez a los 15 años. Su homónimo padre fue un modelista de calzado y su madre, Lucía Rosa, profesora.

Tarjeta bip en mano, “Cachito” aborda la micro -su habitual medio de transporte desde que vive en Santiago- y se larga a recordar su propio recorrido. “Mi infancia estuvo regada de amor y libertad, que fue lo más preciado que pude tener en la vida. Mi mamá lo pasó mal en la dictadura por ser docente. También por mí, que me cuestionaba todo y preguntaba mucho en el colegio. En ese tiempo molestaba preguntar todo. Ella me ayudó a tener libertad para tomar decisiones. Me enseñó el amor por la docencia, a estar loco de cordura”, dice Sergio Vigil arriba de la micro por avenida Vitacura.

Al hablar de su padre también se emociona. “Mi papá me impulsó a tomar acción. Hablaba poco, pero actuaba. Él tuvo consecutivamente cáncer de hueso y leucemia por 20 años, y si bien nos habló de eso a mí y a mis hermanos, nunca demostró debilidad. Vivió la normalidad. Fue tal cual como la película ‘La vida es bella’. Mi papá siempre tuvo una sonrisa porque amaba lo que hacía. Aprendí que el que ama lo que hace, no trabaja más en su vida. Entendí que no hay enfermedad que me pueda afectar si hay sanidad en el espíritu”.

Fue su progenitor quien lo acercó al hockey césped a los nueve años, deporte del cual se enamoró por coincidencia. “Nosotros jugábamos fútbol en la cancha de hockey y cuando les tocaba práctica nos terminaban sacando. Un día, Pedro Chamorro, un grandioso técnico, nos dice: ‘Che, pero ¿por qué no juegan hockey?’. Probé y nunca más paré”.

“Cachito” siempre fue un adelantado: a los 17 años empezó a dirigir un equipo sub 18 y tuvo que firmar su primer contrato acompañado de sus padres. Al poco tiempo, tuvo su primera experiencia con un equipo femenino, el cual lo marcó porque era menor que las jugadoras. En esa etapa, tres jugadoras -una psicóloga, una socióloga y una filósofa- le forjaron su forma de ver la vida.

La revolución chilena

Ya de vuelta en su departamento de Las Condes, tras hablar de su visión del deporte e intereses (ver recuadro), “Cachito” se quiebra. Solloza fuerte. Llora. No finge. Le sale del alma, no cuando habla de sus triunfos con las Leonas argentinas, sino por las Diablas chilenas.

“Mi último gran momento deportivo, a la altura de los que viví con Argentina, fue la final del Panamericano pasado. Me acuerdo cuando Caro García, la ‘Enana mágica’ como le digo yo, está aguantando la pelota a falta de 15 segundos. Después, quedan cuatro y la pelota sale. Ella tira el palo al aire y corre a abrazarse con sus compañeras”, relata ya parado de la silla y llorando.

“En ese momento miré al cielo y agradecí a mi papá, a mi mamá, a ‘Luisito’ Ciancia, el primer gran revolucionario del hockey trasandino y que confió en mí. Asimismo, recordé al papá de Diego Amoroso (N. de la R: ayudante técnico) que había fallecido hace muy poco. Y finalmente agradecí a Sebastián Rosasco, médico que trabajó conmigo. Esas cinco personas nos ayudaron a ser finalistas panamericanos. Corrí hacia las chicas y me cantaron feliz cumpleaños. Yo les agradecí por darme ese regalo tan lindo. Esas son las ‘Diablas’ para mí”.

“Con ellas y con los hombres buscamos ser olímpicos y mundiales. Quiero que ellas puedan creer que lo pueden lograr. No sabemos el tiempo que nos va a llevar, queremos que sea en Tokio 2020 y ojalá podamos vivirlo. Lo que más me mueve de este equipo es su convicción. Un equipo ganador no es el que siempre gana, sino el que tiene más ganas. Yo amo a las ‘Diablas’ y estoy comprometido con el sueño del hockey chileno”.

“¿Hasta cuándo voy a resistir la cancha? Voy a resistir de todas las maneras posibles y no voy a detener mi sueño del hockey por una cancha, porque vamos a conseguir canchas en distintos lugares. Las chicas y chicos están haciendo una revolución llenando de conocimiento a las selecciones sub 12, sub 14, que son las que vivirán los frutos de este proceso. No me voy a ir hasta lograr eso. Es lo que voy a intentar y espero poder lograrlo”.

“Mi mayor fracaso fue con el combinado masculino en 2008. Se me derrumbó la vida y lloré mucho, pero fui consolado por el técnico rival”.

(Fuente: EL Mercurio; Cronista: Raúl Andrade Benavente)