Otros deportes “CRÓNICAS DESDE EL LIVING”: 35, UN CUENTO DE FUTBOL, PARA LA EMOCIÓN.

EL SABIO JEFE ME ENCARGÓ UNA NUEVA REDACCIÓN SOBRE UN ACONTECIMIENTO DEPORTIVO. LOS QUE ABRAZAMOS LA PASIÓN  EN HOCKEY O CUALQUIER DEPORTE, SABEMOS DE LA INFLUENCIA DE ESA PASIÓN EN NUESTRA VIDA COTIDIANA. EN ESTE CUENTO QUE PUBLIQUÉ EN EN 2001,  POR EL CAMPEONATO DE RÁCING CLUB EN FÚTBOL, SE REFLEJA ESA SENSACIÓN QUE HOY VUELVE A REPETIRSE, CON EL NUEVO CAMPEONATO.

(Por Hugo Tajes)

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Imagen de TV

Treinta y cinco

En 1966 yo era un niño de seis años. A semejanza de mi padre era hincha de Rácing. Ibamos seguido a la cancha, pero yo mayormente no le prestaba atención a los partidos, prefería bajar algunos escalones e instalarme en un playón donde otros chicos armaban pelotitas con los papeles que lanzaban los hinchas y me quedaba pateando allí un buen rato. A veces me asustaba cuando la multitud bramaba al unísono “y ya lo ve, y ya lo ve, es el equipo de José” en alusión al entrenador Pizutti. Cuando íbamos a las canchas que tenían tablones de madera y subíamos esos escalones temblaba de vértigo, me sentía en el vacío, pisando el aire. Mi viejo me decía que me dejara de “tonterías ” y que disfrutara del partido. En realidad, mi mayor disfrute era cuando sentía el olor dulce del pasto recién cortado que tienen las canchas.

Eran años de gestas gloriosas para “La Academia”, en ese 1966 salió campeón del torneo argentino. Recuerdo haber escuchado a los relatores entusiasmados, cantando loas porque el equipo había establecido un récord de partidos invicto.

Meses después Rácing disputó la Copa Libertadores de América y ganó el torneo clasificando para la final del mundo. Ese partido lo vimos en un bar del centro de la ciudad, en un televisor blanco y negro. Yo tomaba un licuado de banana con leche y unos tostados, mientras dibujaba a los jugadores, copiando las imágenes que devolvía el aparato de tv. Las manchas grisáceas con bastones verticales eran los jugadores de Rácing y los que tenían rayas horizontales eran los rivales (después supe que se llamaban Céltic). El griterío de la gente del bar y de mi viejo me hizo comprender que Racing había ganado. ¡Era el campeón de América y el Campeón Mundial! “La Academia” se había constituido en el representante nacional. Todos en el país veían a ese equipo celeste y blanco con simpatía y se sentían un poco de Rácing.

Un sábado, como casi todas las semanas, fuimos a la casa de mis abuelos. Mientras jugaba en el patio con una pelota de goma y gambeteaba las macetas gritando imaginarios goles de mi equipo, se acercó mi abuelo y me preguntó por qué era hincha de Rácing, entonces con el pueril orgullo de mis pocos años hice un discursillo sobre el primer campeón de América y el Mundo. La respuesta de mi abuelo fue una revelación: “No, el primer campeón de América fue Independiente, ya ganó la Copa dos veces”. Luego mi papá me confirmó el relato. Como habrá sido el cimbronazo que me produjo aquella noticia , que desde ese día y para siempre fui de Independiente.

Entonces, casi como un misterioso designio, Rácing no volvió a salir campeón. Pasaron los años y mientras Rácing penaba en cada torneo, Independiente campeonaba seguido. ¡Veinte veces lo vi salir campeón! Torneos locales, finales, trofeos internacionales, del mundo. El rey de copas. La camiseta rojo sangre, los brazos en alto como saludo. Por aquellos años, Independiente vencía seguido a Rácing en los clásicos.

Fueron tiempos de disfrute futbolístico para mí, aunque no en total plenitud. Pensaba que mi papá había tomado como una traición que justo el hijo se hiciera hincha de la contra. Si a los cuatro años ya me había regalado el equipo completo de Rácing. Sin embargo mi viejo, con hidalguía, empezó a llevarme a la cancha de Independiente. De a poco fue haciendo fuerza por los míos. Él toda su vida hincha académico, de los que iban a la tribuna popular y alentaban, festejaba por mí los éxitos del rival de siempre. Ante cada alegría por un título, llegaba el abrazo de mi viejo, felicitándome por el logro.

En salomónica decisión comenzamos a ir un domingo a cada cancha, a ver al que jugara de local y nos hicimos socios de los dos equipos. En aquellos tiempos de sequía académica yo hacía fuerza por Rácing, para poder compartir el festejo con mi papá y darle un abrazo como él me daba a mí en los campeonatos de los rojos. Los años fueron pasando, mi viejo ya no iba tanto a la cancha y yo crecí y formé mi familia. Rácing no sólo no volvió a ser campeón sino que descendió de categoría durante dos temporadas. Una Supercopa obró como placebo pero el torneo local, el verdadero, no llegaba.

En febrero de 1999 el corazón no le aguantó más y al mediodía de un domingo falleció mi papá. En el último torneo que vió; a través de las imágenes del televisor color; salió campeón River e Independiente fue subcampeón. Dos años más tarde, en el apertura de 2001, Rácing comenzó una buena campaña, con el correr de las fechas se fue afirmando y en el ambiente comenzó a flotar la sensación de que ése podía ser “el” campeonato. La hinchada llenaba las canchas entre entusiasta y desconfiada.

Yo seguí toda la campaña.

Finalmente el 27 de diciembre de 2001, después de ¡35 años! Rácing, La Academia, mi equipo de pibe y el de mi viejo salió campeón. Miles de hinchas de todas las edades lloraban por el campeonato, emocionados. Yo también derramé lágrimas por ese título, por la fiesta, pero muchas más por añorar para siempre ese abrazo perdido.