LAS LOBAS: INSPIRADAS EN LOS ESPARTANOS, LLEVARON EL HOCKEY A LA CÁRCEL DE MUJERES

Paz y Florencia se conocieron jugando al hockey y las unió un sueño: mejorar la reinserción social de las mujeres en situación de encierro a través del deporte; así surgió Cuida la Bocha, un proyecto que funciona en la Unidad Penitenciaria 46, de San Martín, con muy buenos resultados intra y extramuros.

Fuente: Diario La Nación, Cronista: Teresa Sofia Buscaglia; Foto: Silvana Colombo

El lunes es el día más esperado para las mujeres de la Unidad Penitenciaria 46 de la provincia de Buenos Aires. Cuando se despiertan, se ponen la ropa deportiva que usarán cuando salgan a la cancha. Faltan varias horas aún para que llegue el equipo de Cuida la Bocha y Las Lobas empiecen a entrenar hockey, pero ellas se preparan desde temprano porque la actividad excede el deporte y el juego: las hace feliz. “Es un rato en que nos vemos como si estuviéramos jugando en la calle. Por más que estemos en este lugar, tu mente sale, porque las chicas vienen de afuera y nos transmiten eso, que estamos libres”, dice Mirta Rodríguez, que tiene 38 años y lleva tres de encierro.

La guardia les avisa que se vayan preparando para salir. De los cuatro pabellones de la Unidad, empiezan con el de Mirta. Son alrededor de 15 mujeres vestidas de colores. Sus cabellos largos y lacios, atados tirantes, muestran rostros muy jóvenes, que desfilan desafiantes bajo la mirada atenta de las guardias que abren y cierran las rejas a su paso, en un eco metálico que se corta cuando salen al campito donde entrenarán. Miran el cielo a través de rollos de alambres de púa pero estar al aire libre les suaviza el gesto de sus rostros y se las ve sonreír.

Mirta tiene dos hijas de 19 y 7 años, que viven en José León Suárez. La visitan una vez por mes y se conectan todos los días por celular. Está recursando la escuela primaria en el penal para acompañar a su hija más pequeña con las tareas. El edificio de la escuela de la Unidad puede verse ni bien se ingresa, rodeado de un jardín y con un cartel de madera y letras blancas en relieve. “Nosotras valoramos mucho que ellas ocupen su tiempo en nosotras. No nos sentimos tan discriminadas por la sociedad y ellas nos insisten en que estos años no nos marquen”, cuenta.

Cuida la Bocha es un programa creado por María Paz Rodríguez Senese y Florencia Fernández Prato en 2019 para tratar de mejorar la reinserción social de las mujeres en situación de encierro. Paz es defensora oficial juvenil en el Departamento Judicial de San Isidro y Florencia es especialista en Neurociencias aplicadas al deporte. Se conocieron en el club donde aún entrenan. No eran amigas, pero después de un partido, en 2018, se quedaron hablando y Paz le contó sobre este proyecto en el que venía pensando hace tiempo. “Yo era la defensora del capitán de Los Espartanos, el equipo de rugby de la unidad de hombres. Los fuimos a ver jugar en su contexto y lo que más nos conmovió fue que no parecía que estuvieran privados de libertad. Llevaban 10 años haciéndolo y nosotros aprendimos mucho con ellos”, recuerda Rodríguez Senese.

Cuando terminaban de trabajar, Paz y Florencia se reunían para tramitar permisos judiciales, juntar donaciones de equipos, convocar voluntarios y agendar reuniones con autoridades. Pasó un año hasta que las puertas del penal se abrieron para el primer entrenamiento en septiembre de 2019.

Mirta se anotó desde el primer momento. Hacía poco tiempo que había sido trasladada desde el penal de Mercedes. “Mi hija más grande siempre quiso hacer hockey, pero como era caro, no podíamos. Ahora consiguió un lugar gratuito y solo tiene que comprarse sus cosas. Cuando salga, voy a tratar de encontrar un lugar así. Yo siempre decía que no iba a poder y sí que puedo”, dice la mujer, una de las mejores jugadoras del equipo.

De baja estatura y contextura musculosa, se destacó entre sus compañeras desde el primer momento. Sus ojos negros y pequeños se entristecen cuando habla de los años vividos, las recaídas y el deseo de volver a estar con sus hijas. El hockey le enseñó a Mirta una forma de convivencia y de negociación que ella no conocía. “Si tengo un conflicto con alguna, lo dejo de lado –explica–. Tenemos este espacio y no lo queremos perder. Ellas se preocupan por nosotras así que no llevamos los problemas a la cancha”.

Cuida la Bocha empezó con uno de los cuatro pabellones y fue sumando los restantes al poco tiempo. para que puedan estar todas las que quieran. Alrededor de 80 mujeres –son 99 en la Unidad 46– entrenan los lunes, entre las 14 y las 17 horas, en diferentes turnos. Al principio, cada una elegía qué hacer, todo era nuevo para ellas. Alguna se sentaba a mirar, otras fumaban, otras caminaban. “Cada una hacía lo que quería hasta que, en el cuarto encuentro, les dijimos: ‘La que no quiere, no participa, pero tenemos reglas y la primera es que acá no se fuma”, recuerda Fernández Prato. Las cosas quedaron claras y empezaron a funcionar. Hoy ya las van saludando tras las rejas ni bien las distinguen en el campito. Salen y buscan sus palos de hockey, se acomodan las canilleras y ya están familiarizadas con la rutina de entrenamiento. Se quedan charlando un rato sobre su semana, se actualizan de las novedades, se hacen bromas y se ponen en ronda para escuchar las instrucciones. Parecen un grupo de adolescentes ya que la mayoría de ellas no superan los 25 años.

Recibieron donaciones de palos, canilleras, bochas, ropa, zapatillas y también de algún pedido especial como perchas o un anafe. La pandemia fue un golpe duro ya que habían logrado un ritmo y una comunicación fluida, pero no abandonaron el proyecto. Luego del primer impacto para todos, siguieron en contacto todas las semanas por Zoom en el que alternaban clases teóricas, charlas personales, dudas sobre el futuro, información, lo que saliera en cada caso.

El servicio penitenciario ayudó mucho a la logística de estos encuentros virtuales y ponía a disposición sus computadoras. También es fundamental en los encuentros presenciales, organizando la entrada y salida de los grupos de diferentes pabellones. “Hay internas muy jóvenes y el contexto de encierro trae problemas de abstinencia, tienen que aprender a convivir con otras internas, con sus problemáticas y el hockey las saca de esa realidad”, explica una de las guardias. Apoyan todas las actividades que las mantengan activas y creativas porque los días son todos iguales. La celda se abre a las 7 de la mañana y se cierra a las 5 de la tarde. Cuando anoche suelen cocinar, estudiar o charlar, pero todas están pendientes de sus celulares que las conectan con el exterior. Cuelgan su ropa de las rejas y ven juntas las novelas de Telefe hasta la medianoche. “Este es otro mundo, la gente no lo conoce. El hockey hace que se distraigan, que no piensen tantas cosas feas, por más que la realidad siempre va a estar”, agrega la guardia.

Romper prejuicios

¿Van a ir con palos de hockey? ¿No tienen miedo? ¡El palo es un arma! ¿Qué equipo va a querer jugar con un grupo de mujeres presas con un palo en la mano? Estos son algunos de los prejuicios que Florencia y Paz tienen que enfrentar todo el tiempo. Eso las llevó a ponerle como nombre “Cambiar la Mirada” a su proyecto Intramuros. “Tenemos que dejar de juzgar al otro y entender en qué situación está. Cuida la Bocha es pensar que se les puede dar algo bueno y no solo un castigo por lo que hicieron”, dice Rodríguez Senese.

Antes de la pandemia, habían conseguido dos veces el permiso para salir a jugar un partido afuera de la Unidad, contra un equipo de voluntarias. El primer encuentro fue el 6 de diciembre de 2019 en el Buenos Aires Cricket & Rugby Club (BACRC) y el segundo fue el 8 de marzo de 2020 en el Hurling Club con el objetivo de conmemorar el Día Internacional de la Mujer y allí se enfrentaron con la agrupación de Mami Hockey. Con un despliegue de seguridad importante, cruzaron el portal del penal con sus uniformes y una pechera con el nombre del equipo: Las Lobas.

En algunos casos, era la primera vez en años que veían la calle y jugarían frente a sus familias, algo que las enorgullecía ya que cumplirían un rol muy diferente al habitual. “Salí a jugar a la calle las dos veces y ganamos. Fue algo muy lindo. Te despeja de todo esto. Las profes nos dicen que cuando salgamos, nos van a ayudar a llevar el hockey a nuestros barrios para los chicos de ahí”, dice Macarena Lubo, de 28 años, que lleva dos años de encierro en San Martín. Alta, segura y con un tono muy suave de hablar, está cursando el secundario en el penal porque lo había abandonado al nacer su hija, que hoy tiene 7 años. Muchas horas del día los pasa en el taller de arte, donde descubrió una vocación que desconocía y sueña con poder estudiar pintura cuando salga.

“Algo tan común como un sándwich de miga o una coca, era un motivo de felicidad para ellas porque no entran esas cosas al penal. También fue un cambio ver a los miembros del servicio penitenciario alentarlas en el partido como una hinchada propia. Todos cambiaron la mirada”, dice Fernández Prato.

Puertas afuera

El programa de Cuida la Bocha incluye dos etapas: Intramuros y Extramuros. La primera es la que llevan haciendo en la Unidad Penitenciaria hace casi dos años, con voluntarias y donaciones de empresas e instituciones. La de Extramuros era algo que aún no tenía tanta forma, pero que se aceleró con la pandemia. Se trata de acompañar a las mujeres cuando salen en libertad: tramitar un DNI, conseguir la tarjeta Alimentar y ayudarlas a redactar un CV. También, la idea es llevar el hockey a sus barrios, como una manera de introducir la ética del deporte a los niños y jóvenes del lugar para sacarlos de la calle. La primera experiencia de ese programa llamado Liderar se puso en marcha, hace algunos meses, en el Barrio Carlos Gardel, en El Palomar, con un excelente resultado. “Una cosa es la resignificación de ellas dentro de la cárcel y otra distinta es hacerlo afuera, porque llevan el mote de ‘expresidiaria’ y hay que sacarse ese ropaje para reconstruirse. Es tener una misión, un porqué, algo que las haga sentir importantes”, explica Rodríguez Senese.

“Las profes nos dijeron que nos iban a acompañar cuando salgamos de acá y a mí me encantaría llevar el hockey a mi barrio”, dice Macarena. Aún le falta un tiempo, pero con Cuida la Bocha proyecta su futuro fuera de la cárcel. La educación y el deporte son oportunidades que se presentan como nuevas experiencias para muchas personas en situación de encierro y les hacen descubrir habilidades que desconocían. Les devuelven la confianza en lograr cosas, como le pasa a Mirta con el hockey y a Macarena con el arte.

Cuando el grupo de Cuida la Bocha se va, quedan las charlas y las bromas sobre cómo jugaron ese lunes: quién se destacó más en el partido, quién fue la más “patadura”, se corrigen las tácticas, se explican lo aprendido. Las dos horas se multiplican en muchas más durante el resto de la semana. Más allá de la alegría que les da lo lúdico de un deporte, todas las mujeres entrevistadas en esta nota resaltan el valor de ser miradas, estimadas, respetadas y valoradas.

Más información

Cuida la Bocha: Para participar del voluntariado y acercar donaciones, contactarse con María Paz Rodríguez Senese y Florencia Fernández Prato por Instagram @cuidalabocha_hockey o Facebook: Cuida la Bocha. Además, hasta el 6 de agosto reciben palos, tobilleras, tartaneras y zapatillas en buen estado, en Av. Ángel Gallardo 173 y Av. Cabildo 20140 (local 83), CABA.